Las primeras luces del día se van filtrando por la persiana. Impactan directo sobre mí. El ventilador casi no gira pero el ruido es insoportable. El colchón mojado por la transpiración termina de desvelar el sueño. Un pálido resplandor rojizo ilumina la habitación. Me cuesta darme cuenta donde estoy. Me invade una leve incertidumbre. El sonido de un motor confirma aquello que sospechaba. La noche anterior había visto un cartel por debajo de la marquesina del hotel y ahora caigo en la realidad. Estoy en esa pequeña habitación en la planta alta de un taller mecánico de Royal Enfield en Jodhpur, India.

En ese estado de somnolencia, todo parece suceder de manera veloz, como la luz que se escurre con el correr del tiempo.  Intento serenarme y respirar, pero de pronto me encuentro transitando esos angostos callejones, buscando esa foto que me obsesiona desde que tengo memoria. Vine hasta aquí por eso. No por la cultura o por la gente o por la arquitectura, vine por la foto.  Camino a velocidad luz. Como en una cinta transportadora imposible los lugares me van traspasando, me percibo inmóvil, no presente.

De manera borrosa, las situaciones se suceden rápidamente, el olor a curry que invade todo a su paso me persigue implacable.

De golpe, un pasillo azul, manos rojas ilustradas en la pared, un niño me da la espalda y corre, la imagen perfecta. Cámara en mano, me detengo, miro por el visor, mido la luz y sin pensarlo demasiado disparo una y mil veces, me siento McCurry. La ansiedad del resultado hace que ese milisegundo en el que el visor se torna negro antes de que se prenda la pantalla digital, se vuelva eterno. Mañas de la “nueva” tecnología. Años atrás nos volvíamos antes que con fotos con cientos de incertidumbres. De todas maneras tengo la foto ganadora; un momento de completa realización personal. Cuerpo y alma presente.

Me despierta el olor al té de menta. Miro al costado y en la mesa de luz veo la famosa revista del recuadro amarillo. En su interior la foto que acabo de soñar, no soy el autor, pero sigo en la India.

Un especial agradecimiento a Yanin Gulam por las ganas y a mi me amigo Edgardo Juarez que se banca todo!