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La pregunta

La reja marca la división entre el mundo de los seres vivientes y el jardín de descanso de los muertos. Como si el mundo estuviera dividido, pero esta vez, es al revés, la solitaria y oscura noche de los vivos se desvanece ante las velas ardientes y las flores naranjas que marcan el camino de los que físicamente no están. Una enorme Santa Rita florecida irrumpe el paisaje tiñendo de rojo aquello que era naranja, es mi punto de referencia para ubicarme en este enorme cementerio de la ciudad de Oaxaca. Las botellas vacías de tequila, mezcal, cerveza y los cuerpos durmiendo se adueñan del pequeño espacio existente entre tumba y tumba. Los cantos y el sollozo del llanto se escuchan por igual, todo es caótico, pero a la vez, pacífico.    

Promediando la madrugada, habiéndole dado ya unas vueltas en silencio al perímetro del cementerio de Atzompa, fue que me dispuse a entablar conversación con aquellos que se encontraban recordando a sus difuntos. 

Entre cánticos, risas y llantos, fui acercándome de a poco a las familias que estaban dispuestas a charlar. Por primera vez y luego de mucho tiempo, sentí que el idioma era mi gran aliado y entre tanto extranjero dando vuelta, aproveché el español para acercarme de manera más personal. 

El impacto y rechazo que produce la cámara en las personas se diluía instantáneamente luego del ¡Hola, buenas noches! Y fue a partir de ese momento en que la noche dio un giro y se tornó en algunos momentos aún más mágica y en otros tenebrosa.  

Fueron fluyendo las historias y el tiempo se fue desvaneciendo como la niebla circundante del lugar. Entre los cientos de personas que se encontraban en el recinto, una familia llamó mi atención. Se encontraban erguidos, pero cabizbajos, contemplando una sepultura llena de velas y cempasúchil, la famosa flor de muerto. Paso a paso fui metiéndome en su intimidad, callado y sin decir nada me acerqué con mi cámara y los saludé con un tibio -Buenas noches -.

– ¡Hola! Me contestó uno de los dos jóvenes presentes (Recuerdo que era el que no tenía el sombrero ranchero) y los otros dos miraron fijamente. El tercero era un hombre más grande, de no más de 50 años. Portaba un sombrero ranchero negro, campera de jean oscura, barbijo blanco y cejas prominentes. 

– ¿De dónde eres? – Preguntó el joven con sombrero .

– De Argentina – contesté y casi sin terminar mi respuesta el hombre mayor dijo seriamente .

– ¡Rosarino! .

Sin inmutarme sonreí y le dije, que sí, de Rosario, la tierra de Messi.  Por dentro se me vinieron a la mente mil cosas, pero la primera era ¿cómo carajos había hecho para saber que era rosarino si no había terminado de decir que era argentino? Traté de disimular mi asombro y temor continuando la conversación casi sin darle importancia. 

  • ¿Les puedo tomar una foto? Les pregunté desvergonzadamente
  • A ellos sí, a mí no por favor -. Contestó seriamente el hombre más grande
  • No te preocupes, no estoy acá para molestarte, le dije y bajé mi cámara.

La intriga me llevó a sonreír de manera nerviosa y a preguntarles si les podía hacer compañía. 

El gesto universal de acercarme una cerveza me dio a entender que no había problemas en quedarme y me uní en su contemplación. Tomé un trago de Tecate y pregunté:

  • ¿A quiénes están recordando esta noche? 

El señor más grande suspiró, y antes de la respuesta me convidó un chupito de mezcal.

  • A mi familia me dijo con cierta congoja. Mi padre, mi madre… mi hermano-  En tanto miraba fijamente la tumba. – Ellos se han ido y hoy han venido a acompañarnos. – 

Quería conocer más de ellos, como se sentían, que hacían ahí. Los dos más jóvenes estaban más callados y el que llevaba adelante la conversación era el hombre más grande. 

Le pregunté acerca de la importancia que tiene para los mexicanos la celebración del día de muertos

  • Es nuestra celebración más importante, seguimos llevando adelante una tradición que es pre hispana y que orgullosamente la celebramos todos los años. Está arraigada en el corazón de todo mexicano. Desde pequeños nos enseñan que cada año debemos venir a recordar y honrar a nuestros difuntos. Es una fiesta que traspasa todas las generaciones. 

Siguió contándome de su familia, por qué estaban allí y sobre la fe que los convocaba. Mis temores iniciales se desvanecieron en esa cálida explicación y abrigo que me tendieron cuando ya me encontraba perdido en la fría noche del cementerio. Quizás las cosas hay que esperarlas y llegan a su debido tiempo. Hasta ese momento sentía que no había tenido la oportunidad de compartir y de escuchar de primera mano sobre todo lo que emocional y corporalmente implican esos días, pero sobre todo este día en especial. 

Continuó contándome sobre la importancia de la celebración del día de muertos para los mexicanos y de cómo para muchos gringos eso es objeto de burlas. 

  • Dicen los gringos que los mexicanos nos reímos de todo, comenzando por la lucha, hasta nos reímos de la muerte – ,comentó con un tono fastidioso.
  • Pero la realidad es que nosotros no nos reímos de ella, sino que celebramos a nuestros muertos que nos vienen a visitar. Este es un día de alegría y de festejo en donde una vez al año, nuestros queridos difuntos regresan a este mundo para hacernos compañía. Hoy es un día para celebrar, me dijo, mientras me acercaba otro chupito de mezcal. 
  • Y los recordamos de la mejor manera, unidos, juntos, riendo, llorando, cantando, bailando (mientras, me señalaba el fastuoso escenario con luces de colores) .
  • Mañana, cuando todo acabe, volveremos a estar tristes por su partida, los volveremos a extrañar como siempre lo hacemos. Pero hoy, hoy vamos a celebrar -, terminó de decir con los ojos vidriosos. 

La charla se fue disolviendo entre las miradas y nos volvimos a quedar en silencio, contemplando el fuego eterno y el tinte anaranjado del ambiente.

Antes de la partida, nos dimos un buen apretón de mano y sin dudar, le pregunté

  • ¿Cómo sabes que soy rosarino?

Y él, con mucha tranquilidad en su mirada, pero con una misteriosa voz me contestó

  • Eso… eso no te lo puedo decir.-

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